Envejecer en tiempos de crisis

Por Francisco de Llanos

La dichosa crisis

La situación de crisis es ya connatural a nuestro mundo actual y, por ende, el término crisis vertebra en gran medida las conversaciones que mantenemos cada día en en nuestras casas, en las tiendas donde vamos a comprar y en los bares. Los entendidos discuten sobre si la crisis es financiera, económica o estructural. Algunos profundizan diciendo que se trata de una crisis de valores humanos, madre de todas las crisis. Así parece que es; y consecuentemente, todos estamos llamados a desarrollar “otro modo de ser” en las finanzas, en la gestión económica, en la creación y distribución de las riquezas, en las relaciones entre las comunidades humanas y en la misma vida personal y familiar. No obstante, la crisis que nos ha venido como diluvio universal puede servirnos de purificación, y ser una oportunidad para crecer de nuevo.

“Ir haciéndonos mayores”

La crisis de valores humanos afecta también a nuestro proceso de ir haciéndonos mayores, y a la consideración de la vejez como una época privilegiada de la vida de las personas. ¿En qué sentido?; en el sentido de que una nueva mentalidad se está abriendo paso en nuestro medio social, según la cual ponemos en primer término la utilidad inmediata y la productividad de las personas. Entonces, las personas mayores salen malparadas y subestimadas, incluso ellas mismas se preguntan a veces si todavía valen para algo o si su vida sigue siendo digna de ser vivida. Es una mentalidad peligrosa ya que la vida de las personas mayores (o nosotros mismos si ya somos mayores), que siempre hemos valorado por la entrega que hicieron de sí mismos a los demás, ahora son puestas en duda. Hay personas mayores, incluso, que experimentan su vida como un naufragio; sienten que han perdido su anclaje en la familia, en el trabajo y se ven como hundidas en el aburrimiento.

Una doble tarea

¿Cómo podemos afrontar esta “otra crisis” que se presenta al ir haciéndonos mayor? Los buenos educadores nos enseñaron que cuando en la vida se nos presentase un problema, lo que teníamos que hacer era afrontarlo, no esconder la cabeza debajo del ala sino intentar resolverlo. Por ello, ante la posible crisis que nos pueda traer el hecho de envejecer, cada uno hemos de afrontarla y vivirla con dignidad. Para ello, conviene empeñarnos en una doble tarea.

En primer lugar, es importante aceptar que realmente vamos estando mayores. Todos experimentamos que el tiempo se acorta. Ya no tenemos la misma vitalidad que cuando éramos jóvenes. Nuestro cuerpo ya no es como antes, pues nuestra salud tiene sus goteras y nuestro carné de identidad ya no hay que renovarlo más. Nuestro círculo de amistades es menor, y la seguridad que siempre hemos buscado “para el día de mañana” (mejor casa, buen trabajo, un fondo de pensiones, los ahorros, etc.) ahora las vemos más frágiles (nos sentimos más solos en casa, nos falla la salud, hay problemas familiares, etc.). Y este tipo de cosas familiares ahora nos afectan más, a pesar incluso de la compensación de los nietos; y nos da por pensar que muchas ilusiones y proyectos sobre nuestros hijos se fueron al garete. Nosotros mismos, a veces, nos sentimos tristes, y solemos mostrar cierta apatía por las cosas, por las personas, y nos volvemos un poco egocéntricos.

En segundo lugar, para superar la crisis que llega en nuestro proceso de envejecimiento hemos de descubrir la calidad humana que ha tenido nuestra vida personal; pues, a pesar de todo, hemos podido realizar un proyecto de vida más o menos satisfactorio en nuestro medio familiar, social y laboral. Y, generalmente, hemos estado acompañados y ayudados por las personas que nos han querido y, sin darnos cuenta, hemos sido llevados de la mano de Dios. Por ello, tenemos que dejar de pronunciar frases como estas: “ya no valgo para nada”, “estoy mayor”, “he sufrido mucho en esta vida”, “ya nadie me echa cuenta”, “no tengo ganas de nada”; al contrario, sería bonito que pudiéramos decir: “es verdad que estoy envejeciendo, no porque me estoy acabando sino porque estoy culminando el proyecto de mi vida”.

 

Una identidad más allá del tiempo

A esta alturas debemos vivir nuestra vida sin sentirnos presionados por los años acumulados; pues, podemos estrenar una nueva identidad más allá del tiempo. Ya no estamos para sentirnos dominados por el tiempo, ahora debemos ser nosotros los “dueños del tiempo”. Hemos de “seguir hacia el final”, incluyendo en esta nueva identidad de nuestra vejez todo lo que hemos sido anteriormente (historia personal, trabajo, vocación, vida familiar, entrega, servicio, épocas buenas y épocas malas, etc.).

 

Cuidar la propia imagen

La nueva identidad de ser mayores nos exige también cuidar la propia imagen, tanto en lo que se refiere al cuerpo como a la moda o vestido y a la vivienda. Somos cuerpo y en él expresamos nuestra personalidad y nuestra dignidad ante los demás. Cuidar el cuerpo no significa sólo higiene, significa también cuidar la salud, cuidar la ropa, la vivienda y el entorno de vida cotidiano.

 

Actividades con sentido

Una de las cosas que ayuda a una vejez dichosa es desarrollar una actividad con sentido; pues no toda actividad es compatible con la actividad específica de la vejez. Son preferibles actividades espontáneas y creativas, fuera de toda obligación de rendimiento, que no las actividades que hay que realizar muchas veces “porque no hay más remedio”; por ejemplo, no todas las personas tienen el gusto o están capacitadas para llevar todos los días, a la misma hora, sea verano o invierno, a los nietos al colegio, y recogerlos, o vigilar todas las tardes que hagan los deberes.

 

Y nada de depresión

Conviene recordar, por último, que el mayor peligro que tenemos en nuestro proceso de envejecimiento es la depresión, sentirnos tristes. Esto es comprensible porque hemos tenido que desprendernos, o nos han desprendido, de personas cercanas y de cosas queridas en nuestra vida y que ya no podremos recuperar (por ejemplo, familiares, el trabajo, cualidades físicas, relaciones humanas, el reconocimiento social, etc.). Ahora bien, las personas que vamos envejeciendo debemos entrenarnos para no caer en la trampa de la depresión ni dejarnos vencer por la añoranza. Nuestra mirada debe estar puesta en el futuro; y si miramos al pasado es para descubrir que, a pesar de los problemas, alguien providencial ha ido haciéndose presente en nuestra historia. Así podemos valorarnos y comprender que ningún trozo de nuestra biografía se pierde; pues, no somos para la muerte sino para la vida.

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