Ayudar en los momentos difíciles, garantía de despedida digna para la persona

Por Susana Delgado

CASER

La atención y oferta de cuidados a las personas mayores a lo largo de los últimos años, ha sido partícipe de una evolución casi natural, aunque a veces algo forzada por la demanda de la misma sociedad. Esa sociedad, que por un lado se presenta algo elitista e incapaz de afrontar las pérdidas, entre ellas la dependencia y muerte, y que a su vez continúa manteniendo el paternalismo para con sus pacientes y dependientes.

Es difícil dentro de las familias afrontar y avanzar en las fases del duelo descrito por Kubler- Ros (negación, ira, negociación, depresión y aceptación), cuando en los últimos años nos hemos decidido a apartar la muerte de nuestro entorno. Es curioso ver, cómo hemos pasado de velar a nuestros muertos en domicilio, a mirar a través de un cristal en tanatorios municipales o privados, y cómo se ha dejado de pasear el féretro, para transportar en coche completamente tintado, con el fin de no evidenciar lo que ha sucedido.

Hace poco tuve la ocasión de escuchar en una charla sobre “ Los cuidados en lo últimos momentos en Geriatría”, que si algo estaba científicamente comprobado en la sala era que iba a producirse exactamente un fallecimiento por cada uno de los presentes, nos confunde oírlo tan rotundamente, pero es una verdad absoluta, simplemente no queremos hacer frente a ella.

Este es un gran problema dentro de las familias actualmente, la muerte y la incapacidad se han dejado tan lejos, que pasamos años ignorándolas, y cuando se nos hace presente sale nuestro fuero interno de impotencia y descontrol ante algo que será si o si.

En los centros para personas mayores éste es uno de los problemas para afrontar diariamente, el fallecimiento, la dependencia extrema y los conflictos éticos. Cuando la muerte o deterioro cognitivo llama a la puerta de las familias y el residente presenta un deterioro cognitivo tendremos dos opciones, que la familia evolucione hacia la aceptación de lo que ha sucedido o está por suceder o que no evolucione. La diferencia queda en que si la familia llega a la aceptación luchará junto con el equipo por el único valor que queda en juego a defender que es el bienestar, confort, seguridad. Si el equipo no consigue que la familia evolucione hacia la aceptación y se queda en etapas anteriores entonces peleará por el valor vida. De modo que el conflicto entre valores se pone en marcha.

La otra opción que manejamos es de una familia que está en la negación y un paciente que está en la fase de aceptación, aquí el paternalismo reinante en nuestra sociedad hace que el moribundo pelee por el valor vida impuesto por sus seres queridos cuando él realmente querría luchar por el valor confort con el fin de poder morir de forma digna y tranquila.

En los dos supuestos, los equipos asistenciales están obligados a la negociación y búsqueda de cursos intermedios que salven el mayor número de valores y sacrifiquen el menor número de emociones, valores y sentimientos.

Existen pocas necesidades mayores que dar respuesta adecuada en una enfermedad terminal y no curable, a los sentimientos y emociones que derivan de esto y a las dudas y valores en juego, aquí es donde tiene cabida el Comité de ética.

El paternalismo, la autonomía, dignidad, vida, confort, libertad se enfrentan al final del camino, entre otras muchas cosas porque decidimos seguir luchando sin escuchar al moribundo, porque aceptar la muerte es aceptar nuestra debilidad y porque no estamos preparados para la frustración.

Lo peor de todo para todos es que nuestros mayores se irán, se alejarán para siempre, y negarlo obliga a una pelea a veces sin sentido, donde además no queda espacio para la comunicación, los abrazos, te quiero, gracias y adiós que deberían estar presentes en esa despedida.

Ser valientes en ésos momentos, buscar la mejor opción, escuchar a la persona no es fácil sin ayuda, buscarla es el principio de un buen final.

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