Por Carmelo Gómez
No es difícil oir en diferentes foros diversas maneras de llamar a las personas de edad avanzada, a saber, personas mayores, ancianos, pacientes geriátricos, etc. Pero en bioética si hay una que llama al debate, que al fin y al cabo es de lo que trata este blog, es la de “personas mayores”. Los profesionales sanitarios estamos habituados a hablar de personas en sentido general pero esto clama a ser matizado, pues ¿realmente sabemos qué significa ser persona?.
Esto que puede parecer una salida de orden de la coherencia y el sentido común no lo es tanto cuando respondemos a preguntas tan banales, por aparentemente sencillas como la siguiente: ¿Qué características tenemos las personas para ser consideradas así?. Unos dirán que la capacidad racional, lo cual es cierto, ya que esto, la reflexión, la planificación, la organización es propiedad exclusiva, al parecer, de los humanos a diferencia de otros primates superiores. Otros dirán, sin ir tampoco desacertados, que es la autoconciencia lo que hace que la persona sea consciente de si misma y por tanto de su papel en la existencia física e incluso trascendental, para otros.
La libertad también suelen referir como argumento aquellos que consideran que la persona es la única de entre los seres vivientes que puede escapar a los instintos y por ello desmarcarse de la animalidad; una versión más “ligth” de la libertad sería la capacidad vomitiva: la voluntad, aunque esto no supone la consecución de aquello que se pretende conseguir, sea material (más años de vida sana) o inmaterial (la justicia). Visto así, quedaría claro que al menos aparentemente la racionalidad, la autoconciencia y la libertad, o su versión azucarada que es la voluntad, serían los atributos de la persona humana. Parece fácil llegar a esta conclusión.
En este contexto quedarían claras cuestiones tales como la voluntad de someterse o no a determinados tratamientos, o el acceso a los sistemas de provisión de salud, o la voluntad de ingreso a instituciones sociales (no pensemos en lo fácil, es decir, en las residencias, también nos puede valer un centro de día). Una persona que entiende lo que se le dice, lo razona, lo interioriza y lo reflexiona puede tomar la decisión que considere más acorde a sus intereses, sean estos del tipo que mejor le parezca, y ejercerla en función de su voluntad, derivada esta de la libertad en la toma de decisión y de elección de la mejor opción.
Pero, ¿Qué ocurre cuando estas características están abolidas o paliadas? ¿Qué ocurre con los niños, que lógicamente no han madurado su lóbulo frontal suficientemente, o que no conocen el mundo y su problemática?¿qué ocurre con los discapacitados intelectuales que por una lesión orgánica cerebral no pueden razonar de manera autónoma?. En definitiva, en lo que nos ocupa, ¿Que pasaría entonces con las personas con demencia, que ya no pueden, en diferentes grados, razonar, ser autoconscientes, o actuar en plena libertad?. Seguro que muchos de los que estáis leyendo estas líneas estaréis diciendo “son personas como nosotros, ¿quien duda de ello?“. Pues de esto dudan autores que actualmente son seguidos en facultades de medicina y enfermería. Son los autores de la corriente utilitaria de la bioética; aquellos que llegaron a hablar de bio-ética saltándose lo más importante: hablar de ética asistencial. Para Singer, por ejemplo, las personas humanas son aquellas que pueden razonar, ser autoconscientes de si mismos y actuar en plena libertad.
Los discapacitados intelectuales y mentales, los dementes y los niños, son humanos pero NO son personas, y por ello podrían estar justificadas ciertas intervenciones o la ausencia de estas. Esto es algo que deberíamos reflexionar, sobre todo cuando escuchamos en los medios a algunos personajes públicos que se acuerdan de los mayores cuando se habla de consumo de fármacos, o de la revisión de las pensiones. Si alguno ha leído “La Casa de Dios”, de Samuel Shem, y la definición de lo que algunos entienden que es un GOMER (Go Out My Emergency Rom-traducido libremente como “fuera de mi box de urgencias”), en referencia a los ancianos frágiles que acuden al hospital asiduamente, creo que deberíamos preocuparnos. ¿Pensáis que estamos tan lejos de esas reflexiones?¿nadie ha oído nunca afirmaciones a su alrededor tales como “¿que es esto que me traes? (para referirse al anciano que llega a puerta de urgencias a las 3 de la mañana con fiebre)”?. La respuesta da miedo, mucho miedo…más si cabe que la pregunta.
Os invito a reflexionar unos minutos sobre esto que he intentado transmitir y que supone un punto de inflexión antes de empezar a hablar de bioética.